viernes, 2 de enero de 2015

El cura Baek y el anochecer




 El cura Baek y el anochecer




Cuando todo se hubo teñido
de añil y fuego,
las calles del pueblo
comenzaron a ralearse de vecinos.
Las sombras se estiraron
y ganaron las casas y la plaza.
Baek, luego de murmurar su oración,
encendió las luces del templo,
cubierto por la penumbra.
Las velas tornaron la iglesia
en un ámbito callado y místico.
Los cascos de un caballo
sonaron en el empedrado desparejo.
Las casas se iluminaron
y las voces llegaron
desde las puertas y ventanas abiertas.
El cielo mutó sus tonos rojizos
a un azul oscuro de terciopelo,
y las estrellas se hicieron visibles
con su brillo diamantino.
Anochecía morosamente
como siempre ocurre en el sur.
Las campanas sonaron,
y la noche cubrió el valle entero.
Un viento frío y seco
serpenteó por las calles
arremolinando la hojarasca otoñal,
y meciendo los árboles de las veredas.
El tiempo, suave y lento,
trajo la luna con su luz lechosa,
que plateó las casas y las calles.
Pronto llegaría el silencio…
Profundo y pacífico.


                                   Jorge