Atardece en Buenos Aires
En una esquina rota
se encontraron
las sombras sin rumbo;
y, sin casualidades,
se fundieron en una.
Prestas se separaron,
para volver a unirse
en una nube de la memoria
de amores añejados
por el paso del tiempo.
Momias sin sustancia,
bajo el árbol silente y negro,
bailaron la danza
de las luces ocres,
ya mortecinas…
y húmedas.
Septiembre en Buenos Aires,
atardece.
Llueve el alma
de sus días variopintos.
La noche avisa su llegada
con lágrimas de estrellas,
y moja las grises baldosas
ahogadas en agua y sueños.
Las sombras se confunden
con la oscuridad creciente.
Se desvanecen tomadas
de sus manos de hollín.
Jorge.
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