sábado, 31 de diciembre de 2011

El séptimo árbol

Ya puedo ver el árbol.
Está en la esquina de la plaza 
de domingo a la mañana.
Un plátano lleno de luces y hojas,
con su tronco variopinto.
Este es el primer árbol.

El segundo es un paraíso en flor;
fragante y grueso,
con su tronco ahuecado;
en la primavera de la ciudad,
época vaga e indecisa
en el ejido porteño.

Al borde del bosquecito
con el suelo raleado
de la primera nieve,
Una araucaria antigua
que, ignorante del frío
mantiene su follaje
duro y espino.
Es el tercero.

Un gigante entre gigantes
es el cuarto árbol.
En medio de la selva,
entre miedos y humedades.
El viraró enorme
envuelto en enredaderas
que cubren su cuerpo,
vital y mojado.

Algunos son estatuas,
monumentos vegetales.
En la sabana seca
la mole exhibe su figura extraña:
Es el quinto; un baobab,
que otea el paisaje
como un anciano.

Otros son figuras achaparradas
en paisajes esteparios;
pequeños, duros,
afianzados al suelo pobre,
resisten vientos eternos.
Conozco uno, gris y retorcido,
Apuntando al noroeste
todas sus ramas.
En algún lugar del solitario
desierto austral.
Es el sexto árbol
de este recuento.

Nunca pude encontrar
al séptimo árbol.
El bosque es extenso...
y es un monte cerrado.
Llevo tiempo buscando,
ajeno a mi cansancio
y a mi conciencia misma.
Sus hermanos no responden,
(esa es su naturaleza)
Ignoran mis desvelos,y ,
elevan al cielo, una plegaria
aferrando a la tierra su alma.
Orando por la vida...
Callados.

                          Jorge

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