sábado, 2 de noviembre de 2013

Alma y Vino



Trepé los montes,
buscando alturas
que me lleven a los valles
mágicos donde la vid habita.
Rodeados de pircas 
de terrosos colores,
altas paredes de areniscas.
subí y subí hasta las cimas
donde el aire tenue
me agotaba.
Ya de pie en lo alto de los oteros,
mis ojos se llenaron con la magia
de la uva hecha vergel
al cuidado de los hombres
que trabajan las altas tierras.
Bajé entre los terrones
y tomé en mis manos los racimos.
Malbec mimado por mi gente,
que sabiamente tomaría
el sanguíneo jugo
que la sagrada fruta legaría.
Rojizas, violetas sangres
que reposarán en las barricas.
Y pasado el tiempo legararán
la antigua mágica bebida
que calma sed y penas.
Dorados racimos apretados
 de torrontés de antigua alcurnia.
Descendientes de la uvas
dulces de Alejandría.
Criadas en tierra andina,
para ser el emblema
de los Valles Calchaquiés.
Canto en estas letras
al vino de mi tierra.
Canto a las gentes que transforman
jugos y ollejos
en sangre noble.
Bebida sagrada de los hombres
que entregaron sus días
y sus noches,
para el prodigioso momento
de la vendimia.

                            Jorge

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