sábado, 20 de octubre de 2012

Despedida Intima



Porque tu presencia
ronda los oscuros muebles de la sala.
Porque aún escucho el suave raspido
de tus pies en la alfombra.
Porque te niegas a partir,
dormida entre terciopelos y sedas.
Tu gato, taciturno y viejo,
se friega ronroneando,
contra el pedestal de tu ataúd.
Tu rostro, sereno,
al parecer a conjugado en él,
todos tus rostros.
La suavidad de niña,
la lozanía de la juventud,
los caminos trazados por la vejez.
Tu cabello, rubio ayer,
antes, castaño,
Luce, hermoso, su verdadero
tono ceniza.
El dolor ya escapó de ti.
Se te ve serena y bella;
yo no velo tu muerte,
velo la despedida.
Te escucho, entre manteles y flores.
Te veo, entre la habitación y la cocina.
La madrugada aún está lejana.
La noche se alarga,
como una lerda masa viscosa.
No siento otra pena
que saber que se llevarán tu cuerpo.
Tu amado cuerpo.
Te dejo sola, un rato,
y bajo hasta la avenida,
ventosa, vacía,
y paseo entre sombras,
con un aire saturado de humedad
y premoniciones..
Caminé unas cuadras
y entré en un vetusto bar,
donde dos parroquianos borrachos,
me miraron como notando en mí
la compañía de tu muerte.
Bebí un trago ardiente,
y, despuntando el alba,
volví a la casa.
Las velas iluminaban
la bella estatua que eras.
Te mire,
lleno de arcaicas emociones.
Los golpes a la puerta
terminaron con mi somnolencia alucinada.
Venían a buscarte.

                               Jorge

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