domingo, 16 de septiembre de 2012
Ladran
Cuando griten roncos
y vociferen airados,
no temas,
pues su propio miedo
los obliga a hacerlo.
Porque no consiguen
acallar las voces,
todas las voces.
Su enojo
es un becerro huérfano
que no encuentra una ubre
que calme su imperiosa
necesidad de alimento.
Dales piedad,
otórgales consuelo
con tus palabras diáfanas
como cielos abiertos.
Abre tus brazos
y preséntales tu mejilla
más herida,
como enseñó el maestro.
Pero no olvides enseñarles
como aullan su furia
los valientes,
cuando ladren
más de la cuenta;
cuando muerdan
demasiado fuerte.
Jorge
A mi amigo el poeta Oscar Conde
Con admiración y respeto.
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