lunes, 23 de diciembre de 2013

La casa Arocena



La casa Arocena


Cerrada ya la puerta de dos hojas
de noble cedro barnizado.
Clausura con herrajes de bronce
y aldaba en forma de león.
El jardín ingles descuidado,
y transformado en un monte
de pastos crecidos,
y arbustos achaparrados.
Allá, en el barrio de Carrasco.
El tiempo de soledades y abandonos
comenzó a adueñarse de la casa.
Su dueño, anciano solitario,
de una antigua familia del lugar,
Fue encontrado inerte
después de varios días.
Solo y yerto, como su morada.
Los vecinos avisaron de su muerte.
Los herederos del difunto anciano,
ni siquiera lo recordaban.
Esterilizados de nostalgias familiares,
se ocuparían del vetusto caserón,
cuando acabaran de devorarse
entre ellos.
Entre disputas y papeleríos quedó la casa.
Sola.
Dentro, muebles cubiertos
por blancos lienzos.
Polvo acumulado sobre polvo.
El viejo reloj de pié,
se detuvo a los pocos días,
cuando daban las tres de la madrugada.
La casa cruje sin que nadie atienda
a su lamento solitario.
Las antiguas cañerías gorgotean ahogadas
su final de sarro y óxido,
que comienzan su perseverante corrosión.
La casona centenaria
espera, sin antiguos esplendores,
con callada paciencia,
la llegada del querido fantasma de su dueño,
que acompañe la solitaria, constante, penumbra.
Y el reloj moverá una vez más su péndulo.
Sonarán por tres veces las campanadas.
Luego callarán por lo que dure en pié,
la antigua casa Arocena.
                                            

                                          Jorge

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