lunes, 9 de diciembre de 2013

No claudicar



No claudicar


“Lobo suelto. Cordero atado”
                         Los Redondos.




Desperté acostado sobre el suelo árido.
con mi cuerpo reseco, dolorida mi carne.
Confusa mi mente, en un laberinto
de somnolencia y abandono.
Planté mis codos en la arena gruesa
y levanté mi tórax y mi cabeza,
que latía rítmicamente
en una sinfonía de dolor punzante.
El sopor fue remitiendo,
mi vista se aclaró,
y miré a mi alrededor, la llanura extensa,
salitrosa y acechante.
mi propia soledad era la única, ominosa presencia.
Me levanté y probé mis piernas
que respondieron temblorosas.
No había en la infinita estepa
ni tronco ni roca donde sentarse,
ni agua que beber, ni achaparrados vegetales.
Desperté, ciertamente a la nada absoluta,
rodeado de un paisaje con el fétido olor de la muerte.
Cuando el miedo comenzó a devorar
mi frágil conciencia, racional….a medias,
divisé en el confín de la planicie maldita…
una nubecilla de polvo.
Hice sombra sobre mis ojos
con mi mano izquierda por visera.
La posibilidad podía ser cierta.
La nube fue acercándose
en las interminables horas sin referencias.
Ni relojes…ni artilugios tenía.
Cuando comencé a distinguir
algo así como centauros en el vasto erial,
 el sonido del galopar de cascos
sobre el suelo endurecido,
cobró una dimensión real.
Al rato, siete jinetes me rodeaban callados.
Siete descarnados rostros.
Siete miradas que reflejaban mi imagen,
desde la profundidad de insondables cuencas óseas.
Cuando uno de ellos me ofreció su huesuda mano
para subir a su cabalgadura,
escupí  en ella y retrocedí solo un paso.
Quizá yo fuera el último vestigio,
malherido y desgastado, de la humana especie;
(nunca podría comprobarlo)
pero aun estaba presto a dar batalla,
a los monstruosos sicarios del hambre y la guerra,
la ponzoña mortal y la mentira,
que matan…que contaminan.
Mis opciones eran pocas: La muerte o la vergüenza
de volverme otro soldado dispuesto a asolar la tierra.
Por fin se marcharon riendo, y tronando su galope.
Estaba exhausto y enfermo.
El aire era rancio y corrompido.
Habría de agonizar lentamente, mas no claudicaría
a la entregada crudeza del exterminio.
Moriría como” lobo suelto”…
no como” cordero atado”.


                                             Jorge

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